1. EL
MATRIMONIO Y LA FAMILIA EN EL PLAN DE DIOS[1]
El
matrimonio, un proyecto de Dios
25. “Al principio… los creó hombre y mujer” (Mt 19,4). De
este modo Jesucristo presenta a sus interlocutores la existencia de un plan que
sólo puede ser plenamente conocido y desarrollado por los creyentes y que
concierne al matrimonio y a la familia. Jesucristo, al hacer referencia a la
creación, manifiesta la unidad del designio de Dios sobre el hombre y se
introduce en el modo humano de comprenderse a sí mismo y de construir la propia
vida . Con esta respuesta evangélica, la Iglesia sale al paso de las
interpretaciones torcidas que de esta realidad han realizado algunas corrientes
de pensamiento basadas solamente en los datos sociológicos y psicológicos.
De este modo se establece una relación intrínseca e
inseparable entre la Revelación divina y la experiencia humana, que van a ser
los dos ejes imprescindibles para el conocimiento completo de la realidad del
hombre y el sentido de la misma. El culmen de esta conjunción se realiza en
Cristo. En el encuentro con Él entramos en la comunión con Dios Padre que, por
su Espíritu Santo, nos capacita para descubrir y realizar “el beneplácito de su
voluntad” (Ef 1,5).
El
matrimonio, unión de hombre y mujer, fundamento de la familia
26. “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre se
unirá a su mujer y serán una sola carne” (Gén 2,24). Con estas palabras se nos
manifiesta una gran verdad: el matrimonio es el fundamento de la familia. La
realidad del mutuo don de sí de los esposos es el único fundamento verdaderamente
humano de una familia. Se ve así la diferencia específica con cualquier otro
pretendido “modelo de familia” que excluya de raíz el matrimonio. De igual
modo, el matrimonio que no se orienta a la familia, conduce a la negación
propia del don de sí y a la negación de su propia misión recibida de Dios, para
sustituirla con un equivocado plan humano.
El
matrimonio, en la historia de la salvación
27. El anuncio del “evangelio de la familia” no se puede
desvincular del anuncio del
“evangelio del matrimonio”, que es su origen y su fuente.
Para penetrar en la verdad y bien últimos del matrimonio es necesario partir
siempre de la consideración del mismo en la historia de la salvación. El
conocimiento de esta profunda verdad del matrimonio se ofrece al hombre por
medio de su propia historia, vivida como una “vocación al amor”.
2. LA
VOCACIÓN AL AMOR
Inscrita
en el cuerpo y en todo el ser del hombre y la mujer
28. La “antropología adecuada” de la que partimos tiene como
afirmación primera el que la persona sólo se puede conocer, de modo adecuado a
su dignidad, cuando es amada. “El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece
para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se
le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo
hace propio, si no participa en él vivamente” .
El plan de Dios que revela al hombre la plenitud de su
vocación se ha de comprender entonces como una verdadera “vocación al amor”. Es
una vocación originaria, anterior a cualquier elección humana, que está
inscrita en su propio ser, incluso en su propio cuerpo. Así nos lo ha revelado
Dios cuando dice: “a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó” (Gén
1,27). En la diferencia sexual está inscrita una específica llamada al amor que
pertenece a la imagen de Dios . Se trata, por consiguiente, de una llamada a la
libertad del hombre por la que éste descubre, como fin de su vida, la
construcción de una auténtica comunión de personas. De este modo y con estos
pasos, la vocación originaria al amor va a permitir la construcción de la vida
del hombre en toda su plenitud. El mensaje y la palabra de Dios se insertan en
lo más íntimo del corazón del hombre y lo iluminan desde dentro. Es ésta una
característica esencial que debe guiar siempre el anuncio del plan de Dios en
la Pastoral de la Iglesia.
Llamados al amor
Vocación
fundamental e innata de todo ser humano
29. Como imagen de Dios, que es Amor (cfr. 1 Jn 4,8), la
vocación al amor es constitutiva del ser humano. “Dios (...) llamándolo a la
existencia por amor, le ha llamado también al mismo tiempo al amor (...). El
amor es, por tanto, la vocación fundamental e innata de todo ser humano”. La
persona llega a la perfección, a que ha sido destinada “desde toda la
eternidad”, en la medida en que ama. Cuando descubre que ha sido llamado por
Dios al amor y hace de su vida una respuesta a ese fin.
Incluye
la tarea de la integración corpóreo-espiritual
30. Ese hombre, creado a imagen de Dios, es todo hombre
(todos y cada uno de los seres humanos) y todo el hombre (el ser humano en su
totalidad unificada). El hombre es llamado al amor en su unidad integral de un
ser corpóreo-espiritual. Nunca puede separarse la vocación al amor de la
realidad corporal del hombre. Los espiritualismos, a lo largo de la historia,
han sido destructivos y anticristianos. Igualmente se supera todo materialismo:
la sexualidad es un “modo de ser” personal, nunca puede reducirse a la mera
genitalidad o al instinto; afecta al núcleo de la persona en cuanto tal; está
orientada a expresar y realizar la vocación del hombre y de la mujer al amor.
Se trata de una realidad que debe ser asumida e integrada progresivamente en la
personalidad por medio de la libertad del hombre. Se da así una íntima relación
de carácter moral entre la sexualidad, la afectividad y la construcción en el
amor de una comunión de personas abierta a la vida. Ese es el sentido profundo
de la sexualidad humana, incluido en la imagen divina.
La
diferencia sexual, ordenada a la comunión de personas
31. La diferenciación del ser humano en hombre y mujer, es
decir, la diferenciación sexual, está orientada a la construcción de una
comunión de personas (cfr. Gén 1,27). Ni el hombre ni la mujer pueden llegar al
pleno desarrollo de su personalidad al margen o fuera de su condición masculina
o femenina. Por otro lado, esencial a esa condición es la orientación a la
ayuda y complementariedad: el ser humano no ha sido creado para vivir en
soledad (cfr. Gén 2,18), sólo se realiza plenamente existiendo con alguien o,
más exactamente, para alguien. La sexualidad tiene un significado axiológico,
está ordenada al amor y la comunión interpersonal.
Sólo
la redención capacita para vivir el plan de Dios
32. Por el pecado, la imagen de Dios que se manifiesta en el
amor humano se ha oscurecido; al hombre caído le cuesta comprender y secundar
el designio de Dios. La comunión entre las personas se experimenta como algo frágil,
sometido a las tentaciones de la concupiscencia y del dominio (cfr. Gén 3,16).
Acecha constantemente la tentación del egoísmo en cualquiera de sus formas,
hasta el punto de que “sin la ayuda de Dios el hombre y la mujer no pueden
llegar a realizar la unión de sus vidas en orden a la cual Dios los creó ‘al
comienzo”.
La Redención de Cristo devuelve al corazón del hombre la
verdad original del plan de Dios y lo hace capaz de realizarla en medio de las
oscuridades y obstáculos de la vida. Ese hombre llamado a la comunión con Dios,
pecador y redimido, es el hombre al que la Iglesia se dirige en su misión y al
cual debe devolver la esperanza de poder cumplir la plenitud de lo que anhela
su corazón. “¿Y de qué hombre se habla? ¿Del hombre dominado por la concupiscencia,
o del redimido por Cristo? Porque se trata de esto: de la realidad de la
redención de Cristo. ¡Cristo nos ha redimido! Esto significa que Él nos ha dado
la posibilidad de realizar toda la verdad de nuestro ser; ha liberado nuestra
libertad del dominio de la concupiscencia”.
Necesidad
de la Comunidad eclesial para vivir la vocación al amor
33. En el marco de ese plan de salvación, en el que la
iniciativa es siempre divina, la integración de la sexualidad, la afectividad y
el amor en una historia unitaria y vocacional es una lenta tarea en la que el
fiel, movido por la gracia, debe contar con la ayuda de la comunidad eclesial.
La Pastoral familiar debe saber introducirse en los “procesos de vida” en los
que cada hombre y cada mujer van configurando su propia vocación al amor, para
iluminarlos desde la fe y confortarlos con la caridad fraterna.
Amor
esponsal
Libertad
del don de sí
34. Esta vocación al amor que implica a toda la persona en
la construcción de su historia, tiene como fin el don sincero de sí por el que
el hombre encuentra su propia identidad . Se trata de la libre entrega a otra
persona para formar con ella una auténtica comunión de personas. Entregar la
propia vida a otra persona es expresión máxima de libertad.
Rasgos
esenciales del amor esponsal
35. Realizar esta entrega de modo humano exige una madurez
de la libertad que permite al hombre no sólo dar cosas, sino darse a sí mismo
en totalidad. El fundamento de esta entrega es un amor peculiar que se denomina
esponsal.
El amor esponsal es a la vez corpóreo y espiritual. En
cuanto amor personal, exige la fidelidad al compromiso y la verdad en su
realización; como fundamento de una comunión, requiere la reciprocidad que será
el camino específico de su crecimiento y corroboración. Por la totalidad de la
entrega que exige va a incluir la corporalidad, que comprende en sí la
afectividad y hace de este amor de entrega un amor exclusivo. En esa entrega
está inscrita, por la fuerza de la naturaleza del amor, una promesa de
fecundidad que revela la generosidad desbordante del amor creador divino del
cual el hombre participa por su propia entrega.
Aprender
a amar en plenitud
36. Estas características del amor esponsal revelan su valor
único en la vida del hombre y tienen un significado del todo central para la
vocación al amor. Por eso, el amor esponsal va a ser el fin de todo el proceso
de crecimiento y maduración que el hombre ha de realizar como preparación a la
totalidad de la entrega.
La
fuente: el amor esponsal de Cristo y la Iglesia
37. El cristiano encuentra la última verdad de este amor en
Jesucristo crucificado que entrega su cuerpo por amor de su Iglesia. Es la revelación
del amor del Esposo -Cristo- que “amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por
ella para santificarla” (Ef 5,25). Todo amor humano va a ser referido a este
“gran misterio” de la entrega de Cristo por la Iglesia, en el que se realiza y
transmite la salvación a los hombres. Esta realidad de amor implica de tal modo
a la Iglesia que ésta sólo puede realizar su propia misión si la entiende como
la respuesta fiel al amor de su Esposo. La pastoral de la Iglesia nace así de
un amor esponsal que debe ser, en consecuencia, un amor materno y fecundo. Así,
la Pastoral familiar ayudará a mostrar el rostro esponsal y materno de la
Iglesia.
Sólo
se comprende en su totalidad cuando se vive
38. La entrega de sí es una realidad existencial, y sólo se
comprende en su totalidad cuando se vive. No basta, pues, un simple
conocimiento abstracto de sus notas; ha de hacerse vida. Una auténtica pastoral
matrimonial no puede contentarse con una información de las características del
amor conyugal, debe saber acompañar a los novios en un proceso formación hasta
la madurez que los haga capaces del “don sincero de sí”.
El
matrimonio, modo específico de realizar la entrega de sí que exige la vocación
esponsal
39. Un modo particular y específico de realizar la entrega
de sí que exige el amor esponsal, es el matrimonio. Con la promesa de un amor
fiel hasta la muerte y la entrega conyugal de sus propios cuerpos, los esposos
vienen a constituir esa “unidad de dos” por la que se hacen “una sola carne”
(cfr. Gén 2,24; Mt 19,5). Por eso se puede decir en verdad que “el matrimonio
es la dimensión primera y, en cierto sentido fundamental, de esta llamada” del
hombre y la mujer a vivir en comunión de amor. A esta comunión y como expresión
de la verdad más profunda de ser “una carne”, está unida desde “el principio”
la bendición divina de la fecundidad (cfr. Gén 1,28).
Se perciben así las características propias de la vocación
al amor que el hombre va descubriendo en su propia vida, mediante el amor
humano, en referencia a la sexualidad como medio específico de comunicación
entre un hombre y una mujer. Dios se sirve así de las realidades más humanas
para mostrar y realizar su plan de salvación.
Comunión
exclusiva e indisoluble
40. Por otro lado, la “unidad de dos”, por la que el hombre
y la mujer vienen a ser “una sola carne” en el matrimonio, es de tal naturaleza
y tiene tales propiedades que sólo puede darse entre un solo hombre y una sola
mujer. El amor conyugal ha de ser signo y realización de toda la verdad
contenida en la vocación al amor que ha guiado todo el proceso de
descubrimiento del plan de Dios. La fidelidad personal que se sigue a una
entrega conyugal, exige que sea para siempre. La interpretación que hace el
Señor sobre el matrimonio “en el principio”, habla inequívocamente de la
exclusividad y perpetuidad de la unión conyugal: “lo que Dios ha unido que no
lo separe el hombre” (cfr. Mt 19,3-12).
El
modo verdaderamente humano de vivir el compromiso conyugal, condición necesaria
para que sea sacramento
41. Cuando el Señor “sale al encuentro de los esposos
cristianos por medio del sacramento del matrimonio (...), el amor conyugal
auténtico es asumido por el amor divino y se rige y enriquece por la virtud
redentora de Cristo y la acción salvífica de la Iglesia, para conducir eficazmente
a los cónyuges a Dios y fortalecerlos en la sublime misión de la paternidad y
de la maternidad” . El amor humano, inserto en la Historia de Amor que es el
plan de salvación de Dios, es testimonio de un amor más grande que el hombre
mismo, es imagen real del amor de Cristo por la Iglesia. El “modo
verdaderamente humano” de vivir el compromiso y la relación conyugal es
condición necesaria para que sea sacramento, es decir, realidad sagrada, signo
eficaz del amor de Cristo por la Iglesia.
Vocación
a la santidad conyugal, por la participación en el mismo amor de Dios
42. Entonces la donación de Cristo a su Iglesia “hasta el
extremo” (cfr. Jn 13,1) debe configurar siempre las expresiones del amor
conyugal. El amor de los esposos es un don, una participación del mismo amor
creador y redentor de Dios. Ésa es la razón de que los esposos sean capaces de
superar las dificultades que se les puedan presentar, llegando hasta el
heroísmo, si fuera necesario. Ése es también el motivo de que puedan y deban crecer
más en su amor: siempre les es posible avanzar más, también en este aspecto, en
la identificación con el Señor. Y la expresión plena de ese amor de Cristo se
encuentra en las palabras de San Pablo: “Cristo amó a la Iglesia y se entregó a
sí mismo por ella” (Ef 5,25). El camino de santidad que se abre al hombre por
medio del amor esponsal, se vive dentro de la comunión de la Iglesia.
El matrimonio y la virginidad o
celibato, vocaciones recíprocas y complementarias
Dos
vocaciones al amor esponsal
43. El misterio de la alianza de amor entre Cristo y la
Iglesia es, en su unidad indivisible, el misterio originario de amor esponsal,
un amor que es a la vez fecundo y virginal. La Iglesia expresa la riqueza del
amor esponsal cristiano en una doble vocación al amor: matrimonio y virginidad
o celibato por el Reino de los cielos. Ambas son signo y participación de ese
misterio de amor y modos específicos de realizar integralmente la vocación de
la persona humana al amor.
Por ello, “la estima de la virginidad por el Reino y el
sentido cristiano del matrimonio son inseparables y se apoyan mutuamente”. El
matrimonio necesita de la luz de la virginidad y, a la inversa, ésta de aquél
para comprenderse y vivirse adecuadamente. La virginidad o celibato por el
reino de los cielos, recuerda que la vida en este mundo no es la definitiva y
hace presente a los esposos la necesidad de vivir su matrimonio con un sentido
escatológico. A su vez, el matrimonio hace presente que la donación universal,
propia de la virginidad, ha de expresarse en manifestaciones concretas, ya que
sólo de esa manera puede hacerse real el amor a las personas.
Belleza
y santidad de ambas
44. La excelencia de la virginidad o celibato “por el reino
de los cielos” (cfr. 1 Co 7,38; Mt 19,10-12) sobre el matrimonio se debe al
vínculo singular que tiene con el Reino de Dios. Expresa mejor el estado
definitivo del hombre y de la mujer que tendrá lugar en la resurrección de los
muertos cuando, según dice Jesús, “no se casarán los hombres ni las mujeres,
sino que serán en el cielo como ángeles” (Mc 12,25; cfr. Lc 20,36; 1 Co 7,31).
Ello, sin embargo, en modo alguno ha de interpretarse como una infravaloración
del matrimonio (cfr.1 Co 7,26.29-31). La perfección de la vida cristiana se
mide por la caridad o fidelidad a la propia vocación. Todos los cristianos, de
cualquier clase y condición, estamos llamados a alcanzar la plenitud de la vida
cristiana y llegar a la santidad.
La existencia de una y otra vocación manifiesta la necesidad
de vivirlas dentro de la Iglesia; sólo la comunión de ambas vocaciones en la
diversidad, manifiesta al mundo la totalidad del amor esponsal de Cristo. El
anuncio y el acompañamiento del matrimonio, como una vocación cristiana de
santidad, es el eje básico de la pastoral del matrimonio.
[1]
Por: Documentos de la Asamblea Plenaria | Fuente: Conferencia Episcopal
Española
http://es.catholic.net/op/articulos/17928/cat/688/el-plan-de-dios-sobre-el-matrimonio-y-la-familia.html
de todas las formas de vida la vida conyugal es la mejor, es la expresión máxima del amor en todo su sentido. Y en nuestro caso, elegir compartirlo en edad madura permite entender y vivir la libertad como un don, el autoconocimiento como una virtud y el amor como una elección. Bu Cami y Luisca
ResponderBorrares calro y evidente que Dios nos creo a su imagen y semejanza, y que el origen de la familia y los hijos es de una pareja, somos una sola carne y un solo espiritu, esto hace que el plan de Dios en el matrimonio sea un vinculo de amor en cristo jesus, que debemos respetar en la verdad, somo hijos y dejamos a nuestros padres para unirnos a una mujer y tener una familia, el matrimonio es una vocacion cristiana de santidad, por eso es un sagrado sacramento. la esposa de jesus es la iglesia, esa iglesia donde Dios es amor, puro virginal.
ResponderBorrarLa unión de dos personas por medio del amor sin duda demuestra la gracia de Dios, pues sólo él permite que este tipo de sentimientos se genere en la relación de dos personas.
ResponderBorrarEsta lectura nos muestra la importancia de la pareja, pues es de allí de donde se desprende la familia, núcleo de la sociedad.
Así mismo nos habla de que el matrimonio es la muestra de amor y respeto a Dios, pues solo se puede entender lo que él nos expresa en su palabra, viviendo y experimentando plenamente su guía.
Att: Paula Estefanía Suárez Díaz y Fabián Andrés Acevedo Díaz
El plan de Dios es un proyecto que concierne a el matrimonio y la familia y estos siempre deben ir de la mano y esta es una vocacion al amor el cual debe tener el hombre y la mujer esta es innata de todo ser humano.
ResponderBorrarEl matrimonio en el plan de Dios es una unión sagrada y permanente entre un hombre y una mujer, fundada en el amor, la complementariedad y la procreación. Es una vocación y una misión que tiene como fin no solo la felicidad y realización personal de los esposos, sino también la edificación de la familia, la sociedad y la Iglesia, reflejando así el amor y el propósito divino en el mundo.
ResponderBorrarEn este ejercicio nos demuestra que para Dios lo mas importante es el matrimonio como la unión del hombre y la mujer para volvernos una sola carne y con esto construir una relación de pareja para con esto tener un hogar con respeto, tolerancia, fidelidad,amor y crecimiento mutuo para formar un hogar
ResponderBorrarEn el diseño de Dios, el matrimonio es una unión sagrada y duradera entre un hombre y una mujer, basada en el amor, completándonos como familia. Con esta vocación se busca la felicidad y la realización de nosotros como cónyuges, junto con el fortalecimiento de la familia, la sociedad y la Iglesia, mostrando el amor de Dios en la conformación del hogar.
ResponderBorrarLa palabra de Dios es amor, es alimento para el alma que produce una visión verdadera de la vida, sanidad interior, limpieza de nuestro cuerpo, mente y corazón, crecimiento espiritual, entrega y amor por la familia.
ResponderBorrarLa lectura nos ilustra la visión de Dios para con la familia, el matrimonio es un proyecto de Dios, nos enseña como ve Dios la unión del hombre y la mujer, nos hace reflexionar a un mas de la importancia del matrimonio y de lo sagrado que es el sacramento delante de Dios, somo llamados al amor, nos enseña el modo verdaderamente humano de vivir el compromiso conyugal una condición necesaria para que sea sacramento delante de Dios.
El matrimonio es el plan de Dios, es una unión en santidad que debe permanecer entre la pareja, es un compromiso delante de Dios en amor, felicidad y edificación de una familia.