EL PLAN DE DIOS SOBRE EL MATRIMONIO Y LA FAMILIA[1]
Hay dos momentos especialmente importantes en la
vida: el día que nacemos, y el día que descubrimos para qué. Es decir, cuando
reconocemos y asumimos el plan de Dios en nuestra vida. San Ignacio define ese
plan en sus Ejercicios Espirituales: “El hombre es creado para alabar, hacer
reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su alma”. La
salvación es el logro de nuestra plenitud humana, no sólo en esta vida, sino
también en la venidera, en la vida eterna. Dios quiere la felicidad del hombre.
Pero no sólo una felicidad limitada y temporal, sino una felicidad eterna que
nos lleve a participar de la vida de Cristo Resucitado. El papa Francisco nos
lo ha recordado: “El camino de Jesús nos lleva siempre a la felicidad. No lo
olvidemos: ¡el camino de Jesús nos lleva siempre a la felicidad! Habrá siempre
en medio una cruz, las pruebas, pero al final siempre nos lleva a la felicidad.
¡Jesús no nos engaña! Nos ha prometido la felicidad y nos la dará, si nosotros
seguimos su camino”. El Plan de Dios es nuestra salvación, nuestra plena y
eterna felicidad.
En la Biblia podemos descubrir el Plan de Dios
sobre el matrimonio y la familia. Allí aparece presentado como una verdadera
vocación y una misión de parte de Dios, que debemos acoger con docilidad y
vivir con fidelidad. El proyecto de Dios sobre el matrimonio queda esencialmente
recogido en los dos primeros capítulos del Génesis.
En Gén 2,4-25 se narra la situación de soledad del
varón y cómo Dios le da la mujer como “alguien como él que le ayude”. Alguien
que, frente a las demás criaturas, hace exclamar a Adán: “esta sí que es carne
de mi carne”. Aquí encontramos ya uno de los fines esenciales del matrimonio:
la ayuda mutua. En el Plan de Dios, el matrimonio no es equiparable a otras
formas de convivencia o de relaciones humanas. Para Dios, los esposos están
llamados a “ser una sola carne”. En la Biblia la palabra “carne” se refiere a
toda la persona incluida su dimensión corpórea, pero no sólo ella. Decir el que
los esposos estén destinados a ser “una sola carne” significa que formarán una
unión tan profunda –y tan distinta a otras- que serán como una sola cosa, una
sola persona.
A los esposos Dios les encomienda una misión:
“creced y multiplicaos”. La unidad amorosa de los esposos será el contexto
donde son procreados los hijos y óptimamente acompañados en el proceso de su
maduración integral.
Así, dos primeros capítulos del Génesis nos
muestran los dos fines del matrimonio en el plan de Dios: la ayuda mutua y la
procreación. El matrimonio es, ante todo, un proyecto común de vida para
ayudarse a crecer, para sostenerse y complementarse. Esta llamada a la comunión
plenificante de los esposos se expresa a todos los niveles de la persona,
incluida la unión corporal.
Y la unión completa de los esposos les abre a la
procreación de nuevas vidas. Los esposos cooperan con el Creador para dar vida
a nuevas personas, acogiéndolas con amor y educándolas. Esta es la gran belleza
y la dignidad única e incomparable del matrimonio. Por eso, el relato del
Génesis dice que vio Dios todo lo creado, y que “vio que era bueno” (Gn 1,10.12.18.21.25);
pero, ante la pareja humana, ante el matrimonio, llega a decir: “Vio Dios todo
lo que había hecho, y era muy bueno” (Gn 1,31).
El Papa Francisco dice: “El camino de Jesús nos
lleva siempre a la felicidad, pero habrá siempre en medio una cruz, las
pruebas”. También en el camino de la vida conyugal atravesamos momentos
difíciles, pruebas que hay que superar. Las dificultades más duras no suelen
venir de fuera del matrimonio, sino de dentro. El principal enemigo de la
felicidad de un matrimonio es el egoísmo de los cónyuges. El pecado de los
cónyuges, es decir, su egoísmo, es la mayor amenaza a su esperanza de
felicidad. En el capítulo 3 de libro del Génesis, la Palabra de Dios nos cuenta
cómo la desobediencia del hombre al proyecto de Dios no se saldó con su
libertad, sino con su infelicidad. El pecado, rompiendo la relación de amistad
con Dios, cierra al hombre al amor, y provoca el deterioro de sus relaciones
con los demás, empezando por la relación conyugal. Apartados de la gracia de
Dios, que nos capacita para amar, los esposos se van encerrando en el egoísmo,
su relación se deteriora y queda marcada por la soberbia, la falta de
generosidad, el afán de dominio del otro, tal vez incluso la violencia… La
unión que estaba llamada a procurar ayuda y felicidad se convierte en desgracia
y acaba rompiéndose. El pecado (desobediencia a Dios y egoísmo) es el enemigo que
más deteriora al ser humano, al matrimonio y a cualquier tipo de relación. Es
importante detectar lo antes posible dónde el pecado está haciendo mella en el
corazón de los esposos, para pedir ayuda a Dios, y poner los medios humanos
necesarios para buscar la solución adecuada a cada situación. Todo será posible
con la gracia recibida en el sacramento de la Confesión, porque Jesucristo es
el Redentor del hombre, de cada ser humano.
El matrimonio puede pasar por dificultades a lo
largo del camino de la vida. Pero, si los esposos permanecen unidos a Dios,
cada dificultad será una oportunidad para mejorar y crecer en el proyecto de
vida en común. Ante las dificultades buscaremos los medios humanos y las ayudas
necesarias. Pero nunca debemos olvidar que sólo Jesucristo es el verdadero
Redentor del matrimonio, porque sólo Él puede liberar nuestros corazones del pecado.
El matrimonio necesita a Cristo porque sólo Él es quien nos libera del egoísmo,
nos hace generosos y nos da la capacidad de amarnos como Él nos ha amado. Es
Cristo, con su gracia (que nos llega a través de los sacramentos: bautismo,
confirmación, eucaristía, penitencia, matrimonio…), quien nos hace capaces de
amar con un amor como el suyo: un generoso, desinteresado, sacrificado,
oblativo, que sabe perdonar… Qué grande es que un cónyuge pueda decir al otro:
“te amo con el mismo Amor de Dios, porque Dios vive en mí, y hace su obra en mí
para que tú recibas su amor por medio de mí”.
Este es el gran privilegio y la gran suerte de
casarse “por la Iglesia”. Por medio del sacramento del Matrimonio el amor entre
vosotros queda redimido por la gracia de Cristo, queda purificado y elevado
hasta la participación en el mismo amor de Dios. Ser sacramento significa que
el matrimonio como proyecto de amor entre marido y mujer se convierte en signo
e instrumento del amor de Dios en medio del mundo y signo del amor de Cristo a
su Iglesia. Cada uno está llamado a ser para el otro vehículo del amor infinito
de Cristo. Por eso el amor matrimonial –vuestro amor desde que recibáis el
sacramento- remite a otro amor más grande, el amor misericordioso de Dios. Por
eso decimos que el matrimonio es vocación, es camino de santidad, es vehículo y
lugar de encuentro con Cristo.
[1]
Delegación Episcopal para la Familia y Defensa de la Vida. Diócesis de Cadiz y
CEUTA. Catequesis de preparación al matrimonio y a la vida de familia. Pag.38-40.
cada quien llevamos nuestra cruz, el tema es soportar llevarla hasta el final, por el camino de espinas, todo es tolerancia, dejando el egoismo, perdonando setenta veces siete, la felicidad son momentos que debemos disfrutar como si fueramos niños.
ResponderBorrarmientras estemos bajo la unión de Dios asi tengamos los problemas que tengamos el siempre habitara en nuestras vidas para poder solucionar cualquier obstáculo el camino junto con Dios siempre será felicidad para nuestro hogar sabiendo que pasaremos por momentos difíciles ya que la mayor amenaza puede llegar hacer el egoísmo entre nosotros mismos si lo detectamos a tiempo debemos pedir ayuda al señor para poder pasar esta seria dificultad dando a confesión nuestros pecados y que asi Dios pueda intervenir en nosotros como pareja y solucionar nuestros inconvenientes
ResponderBorrarEl matrimonio se basa en el amor que nos damos el uno al otro sin perjuicios ni juzgamiento ,ademas cuando contraemos matrimonio nos convertimos en una sola carne para así compartir en pareja con fidelidad, honestidad sinceridad, lealtad, transparencia y amor, para así poner en práctica la palabra del señor respetando nos y compartiendo en pareja nuestros triunfos y metas en nuestro camino, teniendo presente que podemos tener dificultades pero de la mano de Dios todo lo podemos superar.
ResponderBorrarDios confía a los esposos una misión especial: “creced y multiplicaos”. En el marco de una unión amorosa y comprometida, los esposos no solo traen hijos al mundo, sino que también les brindan el entorno ideal para su desarrollo integral y crecimiento. Debemos Fortalecer la comunicación abierta y honesta; el tiempo de calidad juntos; el apoyo mutuo; respeto y apreciación: mostrar respeto por las diferencias y apreciar las cualidades de tu pareja ayuda a mantener una conexión positiva; crecimiento personal y compartido; expresión de afecto y mantener la atracción física y emocional.
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