Características fundamentales del amor conyugal[1]
El amor conyugal posee una serie
de características que lo diferencian de las otras formas de amor. Resulta
imprescindible conocer cuáles son estas notas distintivas, pues quien desconoce
la naturaleza y características del amor conyugal tiene más posibilidades para
fracasar. Por eso, tener claro en qué consiste el amor conyugal es
absolutamente necesario para construir un matrimonio y una familia feliz. Decía
Benedicto XVI: “reconocer la belleza y bondad del matrimonio significa ser
conscientes de que solo un ámbito de fidelidad e indisolubilidad, así como de
apertura al don divino de la vida, es el adecuado a la grandeza y dignidad del
amor matrimonial”.
Pablo VI, en la Encíclica Humanae
vitae (n. 11) nos recordó las características esenciales del amor conyugal:
plenamente humano y total, fiel y exclusivo, y fecundo.
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El amor conyugal es un amor plenamente humano y
total. Es plenamente humano porque integra todas las dimensiones de la persona.
Ciertamente es instinto y sentimiento, pero implica también la inteligencia y
la voluntad: “me caso contigo no sólo porque te quiero, sino también para
quererte para siempre”. Los esposos se aman en toda su integridad de personas,
sin reservarse ningún aspecto, sin recortar el don de ninguna de sus
dimensiones humanas. El amor conyugal no se reduce a las dimensiones eróticas,
sino que implica también la completa comunión de las personas de los esposos.
Un amor que excluyera la sexualidad no sería un amor conyugal. Pero tampoco
sería auténtico un amor conyugal reducido al ejercicio de la sexualidad, considerada
sólo como instrumento de placer. La unidad en una misma “carne” hace referencia
a la totalidad de las personas del varón y la mujer, en los diversos niveles de
su recíproca complementariedad: el cuerpo, el carácter, el corazón, la
inteligencia, la voluntad, el alma. Supone dejar un estado de vida para asumir
otro: una comunidad de vida y amor, ser dos en uno. El amor conyugal, además,
es un amor total. En el amor conyugal se comparte todo, no hay cálculos
egoístas, no es un intercambio de intereses, no se ama por lo que se recibe, no
es un amor posesivo, sino un don gratuito y generoso de la totalidad de uno
mismo. El amor conyugal abarca a las personas de los esposos en todos sus
niveles, sin reserva alguna.
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El amor conyugal, por ser total, es también fiel
y exclusivo hasta la muerte. La totalidad incluye en sí misma, y exige, la
fidelidad y la exclusividad. Si en el ambiente social en el que nos movemos
está cuestionada la fidelidad es debido a que no se considera el amor como un
don total. La exclusividad y la fidelidad son las notas más distintivas del
amor conyugal. Evidentemente, incluye un aspecto de renuncia; pero, sobre todo,
supone la opción positiva de querer al cónyuge exclusivamente, y de renovar ese
amor constantemente, para siempre. La dignidad personal de los cónyuges exige
que el amor conyugal sea exclusivo y para siempre. El amor conyugal que «lleva
a los esposos a un don libre y mutuo de sí mismos (...) ha de ser indisolublemente
fiel, en cuerpo y alma, en la prosperidad y en la adversidad y, por tanto,
ajeno a todo adulterio y divorcio». El Concilio Vaticano II indica así la doble
vertiente de la fidelidad: positivamente comporta la donación recíproca sin
reservas ni condiciones; y negativamente entraña que se excluya cualquier
intromisión de terceras personas –a cualquier nivel: de pensamientos, palabras
y obras– en la relación conyugal.
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Finalmente, el amor auténticamente humano y
conyugal es fecundo. Fecundidad no equivale a tener muchos hijos, sino a estar
abiertos a los hijos. Cada matrimonio debe tener tantos hijos cuanto su
conciencia formada -según la moral cristiana- les dicte, manteniendo la
estructura natural de cada uno de sus actos conyugales. “En los hogares donde
hay siempre una cuna que se balancea florecen espontáneamente las virtudes”
(Pío XII). “Son dignos de mención muy especial los que de común acuerdo, bien
ponderado, aceptan con magnanimidad una prole más numerosa para educarla dignamente”
(Concilio Vaticano II). El amor conyugal, por su mismo dinamismo, está orientado
a la fecundidad. El amor conyugal es don. Por eso, excluye cualquier forma de
reserva, incluida la reserva de la capacidad procreadora. La orientación a la procreación
forma parte de la estructura natural de la sexualidad. Por eso la apertura a la
fecundidad es una exigencia intrínseca de la verdad del amor conyugal, y un criterio
de su autenticidad. Sin la ordenación a la fecundidad, la relación conyugal no
puede ser considerada una verdadera manifestación de amor. Un amor que se
cierra egoístamente a la procreación no es verdadero amor conyugal.
Por su propia naturaleza, el amor
conyugal, es reflejo del amor divino, plenamente humano, total, fiel, exclusivo
hasta la muerte, y fecundo. Para que los esposos puedan amarse de ese modo,
Dios ha santificado el amor conyugal con el sacramento del matrimonio (cf. 39-44).
A causa del pecado, el egoísmo hace que al hombre le resulte costoso vivir la
plena verdad de la sexualidad humana y del amor conyugal, porque no es capaz de
hacer de sí mismo un don completo y definitivo al cónyuge. Por eso, necesita el
auxilio continuo de la gracia. “Mediante el sacramento del matrimonio, Cristo
ha querido sanar, perfeccionar y elevar, con un don especial de su gracia, la
capacidad de amar de los esposos” (cf. Vaticano II, Gaudium et spes, 49). A
través del sacramento del matrimonio, Cristo sale al encuentro de los esposos
cristianos, para santificar su amor, y elevarlo a la participación del amor
divino. El sacramento del matrimonio inserta el amor conyugal en la comunión de
amor de Cristo con la Iglesia, y lo hace sacramento (signo eficaz) de ese amor
(cf. Ef 5,25-26). Por eso mismo, el amor de Cristo a su Iglesia debe ser la
norma constante de referencia para el amor conyugal. El amor o caridad
conyugal, cuya naturaleza y características se acaban de apuntar, es una
«participación singular en el misterio de la vida y del amor de Dios mismo.
[1]
Delegación Episcopal par la Familia y Defensa de la Vida. Diócesis de Cadiz y
CEUTA. Catequesis de preparación al matrimonio y a la vida de familia. Pag.22-23.
el amor conyugal , en pocas palabras es un amor humano, es un don de Dios, es unir, cuerpo, alma, mente y espiritu con la otra persona, es ser uno solo, un amor leal, filial.
ResponderBorrares dejar de pensar en uno mismo para pensar netamente en el otro este amor debe ser el verdadero fiel y sincero hasta la muerte este paso es tan importante ya que es dejarnos practicamente a nosotros mismos para poseer el amor hacia el otro
ResponderBorrarLas características del amor conyugal son la fidelidad, exclusividad y fecundo se demuestra con la transparencia al volvernos uno solo para estar juntos, fidelidad con el otro es respetarlo de cuerpo y alma la exclusividad es tener presente ala otra persona siempre en cuerpo y mente,el fecundo es pensar en los hijos que se puedan tener con dignidad y respeto.
ResponderBorrarEl amor conyugal, al ser completo, también es leal y exclusivo, perdurando hasta el final de la vida. El amor conyugal que impulsa a los esposos a entregarse libre y mutuamente el uno al otro.
ResponderBorrarEl amor conyugal es lealtad, fidelidad, es exclusivo para una sola persona, es honesto, sincero, es respetuoso, amoroso, es pensar en pareja, el amor leal es un motor que impulsa a seguir adelante como pareja, a entregarse libremente al otro, es construir un hogar juntos y formar hijos conforme al deseo de Dios.
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