LA
VIDA SEXUAL DE LOS ESPOSOS ES EL CENTRO DE SU VIDA ESPIRITUAL[1]
No es
a pesar de nuestra sexualidad –y menos contra ella– como debemos crecer en
cuanto esposos en la vida espiritual, sino por y a través de su ejercicio
ordenado, es decir, conforme a su finalidad.
La
vida sexual de los esposos no puede ser como un paréntesis en su vida
espiritual, sino al contrario: su corazón y su centro
Yves
Semens.
El siguiente texto es la
trascripción de la entrevista que la revista Misión realizó a Yves Semens,
fundador y presidente del Institut de Théologie du Corps de Lyon (Francia), y
autor de La espiritualidad conyugal según Juan Pablo II (Desclée De Brouwer,
2011)
¿En qué consiste la
espiritualidad de las personas casadas?
Su espiritualidad es la propia
de las parejas casadas, no la transposición de una espiritualidad de religiosos
o religiosas a la vida matrimonial. Es decir, debe articularse en lo que
distingue la vida matrimonial de la vida consagrada: el don del cuerpo. El que
elige el “celibato por el Reino” –en palabras de Cristo–, busca encontrar la
unión con Dios en una relación directa con Él. En cambio, en el matrimonio, se
recibe una llamada interior para encontrar la unión con Dios por y a través de
la donación de uno mismo –incluida la donación carnal– a otra persona.
Compartir la vivencia carnal –no solo sexual, sino también del afecto, la
ternura y de todo lo que San Juan Pablo II llamó el “lenguaje del cuerpo”– es
constitutivo de la espiritualidad conyugal. Y es esencial entenderlo bien
porque, de lo contrario, se intenta vivir una espiritualidad de celibato en el
matrimonio y los esposos se extravían. Así, observamos a personas casadas que
buscan a Dios fuera de su matrimonio o a pesar de su matrimonio, cuando
precisamente su vocación al matrimonio debería llevarles a buscar a Dios por y
a través de su matrimonio, es decir, por y a través de la donación a su
cónyuge.
¿En qué momento se da cuenta la
Iglesia de que existe una espiritualidad “específicamente conyugal”?
Los primeros elementos de una
espiritualidad conyugal se encuentran en san Francisco de Sales, pero es sobre
todo en el siglo XX cuando la Iglesia comienza a poner el foco en ella y
empiezan a surgir movimientos de espiritualidad conyugal. Pienso, por ejemplo,
en lo que tuvo lugar en Francia bajo la influencia del Padre Caffarel y los
Equipos de Nuestra Señora.
¿Por qué tardó tanto la Iglesia
en presentar esta espiritualidad?
Es difícil saberlo. Pero después
de siglos durante los cuales se ha desplegado toda la belleza de la
espiritualidad religiosa y sacerdotal, la Iglesia está llamada hoy a desplegar
otra dimensión del tesoro que ha recibido: la espiritualidad conyugal. Se
espera así lograr un equilibrio entre las dos modalidades posibles de una misma
y única vocación de todo hombre y toda mujer: el don de sí mismo, lo que San
Juan Pablo II llamó la “vocación esponsal” de la persona. Esta puede realizarse
en el don de sí mismo a Dios, a través de la vocación esponsal virginal
(consagrada, religiosa o sacerdotal), o en el don de sí mismo a otra persona:
la vocación esponsal conyugal.
¿Qué importancia tiene el acto
conyugal, más allá de la procreación?
Ante todo, no hay que reducir el
acto conyugal a una simple necesidad para dar la vida. Tanto la procreación
como la comunión son fines del acto conyugal, y están intrínsecamente unidos:
la comunión de los esposos los lleva a querer dar la vida, ya que cualquier
comunión auténtica tiende a la fecundidad. Además, el don de la vida completa y
perfecciona la comunión. Por tanto, debemos mantener unidos estos dos
significados del acto conyugal –que se condicionan el uno al otro–, como ya
pedía Pablo VI en su encíclica Humanae Vitae, en 1968.
¿Cómo se unen en el matrimonio
la espiritualidad y la vivencia de la corporalidad?
Este es el reto de todo
matrimonio que quiera llevar una vida auténticamente cristiana. Esto no sucede
de repente ni sin dificultad, pero no es imposible. De lo contrario, La Iglesia
nos estaría engañando si nos presentase el matrimonio como una vocación
cristiana a la santidad. Es, a la vez, la exigencia y la grandeza del
matrimonio.
¿Es la vocación al matrimonio
inferior a la del sacerdocio o la vida religiosa?
Por supuesto que no. San Juan
Pablo II declaró enfáticamente: “En las palabras de Cristo sobre la castidad
‘para el reino de los cielos’, no hay ninguna referencia a una ‘inferioridad’
del matrimonio en lo que se refiere al cuerpo o a la esencia del matrimonio (el
hecho de que el hombre y la mujer se unen para convertirse en una sola carne)”.
Y de nuevo: “El matrimonio y la castidad [‘por el Reino’] no son opuestos, y no
dividen a la comunidad humana y cristiana en dos campos, digamos: el de los
‘perfectos’, gracias a la castidad [en celibato], y el de los ‘imperfectos’ o
menos perfectos, por culpa de la realidad de su vida matrimonial”. ¡No se puede
ser más claro! Sin embargo, la práctica total de los votos de pobreza, castidad
y obediencia de la vida religiosa permiten llegar con mayor facilidad a la
caridad plena, que es la única medida válida de la vida cristiana.
¿Es más difícil llegar a la
santidad acompañado que solo?
Hay un proverbio chino que dice:
“Solo se llega rápido; acompañado se llega lejos”. Cuando se es dos, hay que
llevarse el uno al otro; pero, al mismo tiempo, estamos llamados a tener en
cuenta a la otra persona para avanzar juntos. Tentaciones no faltan para huir
de esta exigencia del matrimonio… Si no nos sentimos llamados a avanzar así en
la vida cristiana, puede ser que no tengamos vocación matrimonial y eso es
legítimo.
Usted dice que el perdón es
necesario para la comunión conyugal; ¿cuántas veces hay que perdonar al
cónyuge?
Tantas veces como Cristo nos
pide que lo hagamos: setenta veces siete, es decir, ¡no hay límites! El perdón
es el punto de paso obligado de la comunión, porque las faltas que los esposos
tienen que perdonarse el uno al otro son siempre atentados contra esta. En este
sentido, el perdón es lo que permite la perpetua restauración de la comunión.
Por consiguiente, es preciso pasar por el perdón solicitado de una manera
incansable y concedido con generosidad, a fin de preservar la comunión. Todos
los indultos no concedidos, olvidados o negados, generan, poco a poco, una
montaña que hace que finalmente la pareja estalle. Cuando uno se da cuenta, es,
a menudo, demasiado tarde. Debemos, por tanto, pedir perdón y perdonar todos
los días, porque todos los días se puede hacer daño o ser herido.
Una vocación exigente
El doctor en Filosofía asegura
que los esposos también están llamados a vivir los consejos evangélicos de
pobreza, castidad y obediencia, ya que los tres conforman el camino de
perfección de la vida cristiana, es decir, el camino a la santidad. “Todos los
cristianos estamos llamados a vivirlos, cada uno según su estado de vida”,
asegura. Pero, ¿cómo pueden trasladarlos al matrimonio?
·
Pobreza.
“Cuando nos casamos, no podemos desposeernos de nuestros bienes, a diferencia
de los religiosos; pero sí debemos practicar una cierta pobreza que consiste en
poseer bienes sin ser poseídos por ellos y en hacer uso común de ellos”,
explicó Semen a Misión. Asegura, además, que es posible vivir la pobreza
evangélica en el matrimonio a través de la apertura a la vida: “Acoger de una
manera generosa a los hijos, lo que no significa de una manera nada razonable”.
·
Castidad. La
persona casada no está llamada a vivir una continencia sexual absoluta, pero sí
la necesaria “para respetar el ritmo de fecundidad de la esposa en una actitud
de paternidad y maternidad responsables”. Semen se atreve a afirmar, incluso,
que puede ser “más fácil renunciar definitivamente al ejercicio de nuestra
sexualidad que renunciar a ella regularmente, cada mes […] cuando no es
deseable un nuevo nacimiento”. Esto muestra que “los esposos también están
invitados a practicar una exigencia de vida que puede confinar en el heroísmo y
que no es posible sin la ayuda de la gracia”.
·
Obediencia.
“Tampoco se está llamado a obedecer al superior de la comunidad, pero los
cónyuges tienen que ser sumisos el uno con el otro en el amor”, indica Semen,
quien concluye que la vocación matrimonial es también “una vocación
terriblemente exigente cuando no se quiere vivirla en la mediocridad o en la
‘mundanidad’ del amor”.
Recrear la imagen de Dios
La llamada de la vocación
matrimonial consiste en recrear la imagen de Dios. Cuando los esposos se
entregan totalmente el uno al otro en el matrimonio, reproducen en su comunión
esa imagen: “El hombre no es imagen de Dios por el solo hecho de ser una
criatura dotada de espiritualidad. Si la imagen de Dios fuera una cualidad
conferida por la sola espiritualidad, los ángeles merecerían ser calificados,
infinitamente más que el hombre, como imágenes de Dios, puesto que son puros
espíritus”, afirma Semen. Pero no es así: “Los ángeles –aun siendo
significativamente superiores a los hombres en el orden de la perfección
objetiva del ser– no procrean, no dan la vida. Sin embargo, Dios es Vida y don
de vida. Así que la imagen de Dios es más perfecta en el hombre que en el ángel”.
De igual manera, el ser mismo de Dios, a pesar de su carácter inconmensurable,
no se encuentra tanto en su inteligencia, sino en la entrega total que cada
persona de la Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo) hace a las demás. Dios es
entrega y, por eso, la comunión eterna de amor trinitario es el corazón de
Dios. Y esta es precisamente la imagen que los esposos están llamados a
replicar en su comunión en una sola carne.
La oración compartida
“Los que esperan que el
matrimonio les conduzca a la santidad deben combatir la tentación del
individualismo espiritual de una manera resuelta”, indica Semen. En este
contexto, la oración compartida juega un papel crucial, pues “al producir la
unidad de las almas, prepara para la unión de los cuerpos en auténtica
libertad”, añade. Esto explica que, cuando la comunión entre los esposos se
vuelve desabrida, una de las cosas que dejen de hacer con mayor frecuencia es
rezar juntos. Por eso, Semen invita a los novios a que se preparen para la
desnudez de los cuerpos mediante la unión de las almas en la oración: “Ese
hábito de la oración juntos es la roca sobre la que deben construir su futuro
matrimonio y lo que les permitirá, cuando llegue el momento, superar las
pruebas inevitables por las que atraviesa toda vida conyugal”.
[1]
Fuente: Isabel Molina, Directora Revista MISIÓN. Recuperado de:
http://es.catholic.net/op/articulos/61628/cat/357/la-espiritualidad-conyugal-la-vida-sexual-de-los-esposos-es-el-centro-de-su-vida-espiritual.html#
la espiritualidad, debe ser de cuerpo y alma, debemos estar comprometidos en todo aspecto, a dilogar, a apoyar, respeto a Dios, amor a el y al projimo.
ResponderBorrarLa espiritualidad conyugal nos desafía a recrear la imagen de Dios en nuestra comunión y a reflejar el amor trinitario en nuestra relación matrimonial. La oración compartida desempeña un papel crucial en la construcción de la unidad espiritual en el matrimonio y prepara el camino para una auténtica unión de cuerpos en libertad.
ResponderBorrardebemos exigirnos a nosotros mismos como pareja ha reafirmar cada dia una oracion compartida para poder obtener la gracia del espiritu santo para poder obtener la paz y la tranquilidad con total serenidad a nuestros inconvenientes en todos los aspectos relacionados al matrimonio
ResponderBorrarQue las parejas al casarse forman una sola carne y son una sola persona esto nos permite comprender mejor que en el amor de pareja no pueden existir secretos y por ende es importante tener siempre presente la opinión del otro.
ResponderBorrarOrar juntos como pareja puede fortalecer la relación y proporcionar guía divina. La oración compartida es una forma poderosa de buscar la dirección de Dios en la vida en pareja.
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